marzo 10, 2007

Mariana Carrizo

Con su voz diáfana, sus emociones a flor de piel y su amor apasionado por la copla, Mariana Carrizo es hoy una de las mejores intérpretes del folklore más genuino. Ella le canta, acompañándose del retumbe de su caja, al paisaje, a las penas y alegrías del amor, y no se priva de hacer versos francamente antimachistas.

Por Moira Soto.

Hay algo de certidumbre moral en la forma en que Mariana Carrizo defiende la pureza de las coplas, bagualas, vidalitas del noroeste argentino. Hay algo religioso en el fervor con que abrazó desde muy joven esta causa, desoyendo las tentaciones de los mercaderes y cantando a veces en el desierto, como cumpliendo una misión. Pero no hay nada de beatería en esta chica salteña –“ojos de garza morena, corazón de terciopelo”–, de espíritu naturalmente feminista, que tituló Libre y dueña su último disco, donde, para que no queden dudas, entre coplas, tonadas y cuecas, intercala los versos de Sor Juana: “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón...” Muy libre y muy dueña de realizar sus deseos hubo de ser Mariana Carrizo para llegar al lugar de reconocimiento que ocupa hoy sin traicionar sus convicciones, para elegir con exacto rigor su repertorio, para cantar y decir esas coplas picantes y mordaces en las que cuestiona el machismo, o aquellas otras insinuantes, eróticas, atrevidas (“Quisiera ser verdolaga/ que en el campo verde nace./Quisiera ser caramelo/ que en tu boca se deshace”, “Cuando se pone a pecar/ con el mejor sentimiento,/ después del primer pecado,/ se peca a cada momento”; “La mujer que quiere a dos/ no es tonta sino advertida./ Si una vela se le apaga,/ le queda la otra prendida”).

“Vengo de San Carlos, de la parte de los Valles Calchaquíes, ahí mamé yo la parte más fuerte de todo esto porque desde que empecé a caminar, iba a pastorear con mi abuelita”, cuenta Mariana con tono pausado, con esa sencillez que la fama no ha cambiado. “Cuando se sale arriba, a los cerros, para acompañar esa soledad siempre se canta algo. Al mediodía, a la hora que da hambre, a veces la gente se junta para comer algo y capaz que canta alguito propio nomás. Ahí fui creciendo yo en medio de todo eso, y ya de más grande me agarró como una pasión por esa música, por querer cantar. A los 8 años estuve en el primer festival grande, había unas 3 mil personas. En el escenario se me pasa la timidez, me siendo cómoda. Después de esa actuación, empecé a estar en otros lugares. El público era la gente de mi pueblo, de la que yo había aprendido a cantar. Se me dio por tratar de hacer coplas graciosas al observar las características de algunas personas y así gastarles alguna broma. Luego me fui yendo para el lado de las coplas de amor, hice coplas para las mujeres, para los hombres. Tenía 13, 14 cuando estuve en las Serenatas a Cafayate. Me mandaban a cantar para abrir, a esa hora había poca gente, pero así yo fui sumando, consiguiendo mi espacio. Algunas veces me escapaba de la vigilancia de mis padres e iba un poco más lejos. Por suerte nunca me pasó nada malo, salvo algunos azotes que recibía después. Pero como yo ya sabía, venía y ponía el lomo, total ya me había sacado el gusto...”

*Leer nota completa en Las 12(suplemento de Pág. 12 del 18/8/06)

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