marzo 30, 2007

MARISA MONTE: De lo particular a lo universal

De lo particular a lo universalDe la música como una necesidad vital, de los viejos sambistas como maestros, del cruce del lenguaje contemporáneo con canciones que cumplieron mas de cincuenta años de un show donde la protagonista se anima a quedar en penumbras, habla Marisa Monte, la voz mas cautivante y seductora de la música brasilera.

Es imposible no guardar silencio frente a ella. Incluso cuando la oportunidad del encuentro tiene que ver con una entrevista. Hay algo en su presencia que predispone a escuchar, tal vez el remedo de la caricia de su voz a través de los discos. O sencillamente porque parece tan dispuesta a abrir su mundo como un río de montaña que apenas encuentra el cauce entre las piedras empieza a fluir en torrente, generando notas, imágenes, ganas de sentir el frío del agua en la cara y ponerse una también a hacer lo suyo. Marisa Monte inspira. Inspira saber que a pesar de haberse convertido en una de las voces más potentes y representativas de la nueva música de Brasil, ella nunca deja de nombrar a sus compañeros, de hacer honor a esos con quienes comparte horas de estudio, el placer por la canción terminada y por ese diálogo entre los instrumentos que quien escucha un disco recibe como una caricia, como un mensaje encerrado en una botella y que, lanzado al mar del público, puede ser abierta tantas veces como sea necesario para demostrar que el tiempo es una contingencia cuando el arte se instala y consuela a las almas sensibles. ¿Por qué si no esa necesidad de correrse del primer plano ahora que sus shows hipnotizan públicos tan diversos como los que se pueden encontrar en Japón, Australia o Argentina?

–Es que es muy loco. La música está hecha de complicidades, conversaciones, guiños entre quienes tocamos y los instrumentos. Y después, en la puesta en escena, se insiste en que una vaya adelante, cegada por las luces, con la banda atrás sin ver más a nadie. Yo no quería eso –dice Marisa, esa mujer de altura envidiable y una serenidad que ni siquiera el borbotón de palabras que no cesa de salir de su boca alcanza a borrar de su rostro–. Ella no quiere estar al frente, quiere estar en el centro, rodeada del calor de sus músicos –diez serán los que estén esta misma noche en el escenario del Gran Rex– dispuesta a contestar los desafíos musicales que le propongan el violao o el ukelele, las cuerdas y los vientos, la batería que empezó a tocar cuando apenas tenía nueve años desafiando gracias a la audacia de su madre lo que se esperaba de una niña. La música sí, ¿pero la batería?

–Es que nunca me asimilé a los moldes, ni siquiera de adolescente me gustaban la playa o los shoppings.

Y es una fortuna, se podría decir. Porque si esta carioca se hubiera rendido al sol seguramente no tendría esa piel tan blanca que la roba del molde contemporáneo y le da un aire clásico. Fuera del tiempo, pero también capaz de permanecer más allá de la época.

Tiene algo profundamente femenino esto de elegir el círculo por sobre cierta estructura jerárquica que tienen los shows, con el protagonista al frente.

–Puede ser, yo elijo el centro porque es como me gusta estar: centrada. Y también rodeada por quienes trabajan conmigo. Además es ridículo quedarse sola cuando la música es un diálogo. No podría decir que vamos a estar en círculo porque la estructura es más parecida a cuando dentro de una orquesta se busca la mirada del maestro y de los compañeros. Yo necesito ese contacto visual, y por supuesto a mis compañeros.

Pensando en sus compañeros, ¿siempre compone con Carlinhos Brown?

–Tengo otros compañeros además de Carlinhos, está Arnaldo Antunes, por supuesto. Y otros músicos que están conmigo hace diez o quince años. Pero yo soy abierta a encontrar nuevos compañeros de ruta, siempre es necesario estar en conversación con más de uno. Lo que sucede es que con algunos como Carlinhos o Arnaldo hay una gran intimidad que genera cosas muy interesantes, es consecuencia de los Tribalistas. Yo he madurado mucho con ese trabajo, también en el sentido de seguir buscando alrededor otras voces. En mi horizonte también está Adriana Calcanhoto, está Seu Jorge. Está muy bueno que estén porque han renovado el panorama y han abierto diversos caminos de búsqueda. Y además tengo la confianza de que puedo levantar el teléfono a la una y media de la mañana y que me atiendan o bien que me digan ahora no Marisa, ahora estoy durmiendo.

Seis años habían pasado desde su último disco hasta que se dio cuenta de que tenía entre las manos un repertorio tan frondoso que uno solo no le alcanzaría para expresar todo lo acumulado en ese tiempo. Un tiempo en el que fue madre y se dio cuenta de que si cantar es como respirar, eso era algo que podía entregarle a su hijo. Así es como lo calma: pidiéndole que cante en lugar de contar lo que le pasa, aun cuando lo que le pasa sea un berrinche. Porque así, contando y cantando, es como los berrinches se pasan y se convierten en emoción, en aire que entra y aire que se libera. Y con esa calma que traen los descubrimientos cotidianos es como alumbró Universo a mi alrededor e Infinito particular. Dos piezas bien distintas que, como bien rezan los títulos, van de la periferia al centro más íntimo. Del homenaje necesario al samba, esa música con la que creció, a la voz de su hijo registrada en una canción. Haciendo un esfuerzo por sintetizar, ¿qué es lo que quiere comunicar en estos discos? –Creo que es lo mismo de siempre: mucho de lo que yo soy, de lo que a mí, más allá de querer decir, se me impone como necesidad de expresión, de poner en notas y palabras sentimientos compartidos. Básicamente, lo que me interesa transmitir son las cosas que aprendí con la música: autoconocimiento, cierta filosofía que también se encuentra en otros músicos como Cartola, Caetano (Veloso), Nelson Cavaquinho, Chico Buarque. Cuando estos artistas se revelan a través de la música revelan mucho de la naturaleza humana. Buscan tener una relación pura con lo que hacen, honesta. Y a través de cantar están hablando con el corazón, dándoles forma a expectativas, deseos sencillos como encontrar a alguien, de estar con alguien o estar sola, de estar en un lugar mejor.

¿Ese deseo de comunicar es consciente o se le revela cuando compone?

–Siempre, en un primer momento, intento esclarecer un pensamiento sobre algún tema, en el momento de la composición trato de buscar de elaborar un enfoque nuevo sobre aquel asunto. Y en algún momento se aclara y está la canción. No tengo una sola cosa que comunicar, a veces es la música la que se comunica conmigo. Básicamente, la música se me presenta y yo soy consecuente con ella.

Supongo que ése será el momento del placer: cuando las partes se unen.

–Seguro, cuando sentís que pudiste abordar un asunto de una manera interesante, transformadora, ese momento es de mucha alegría.

Pero imagino que, como en todo trabajo creativo, tendrá dudas de poder lograr ese “abordaje transformador”.

–Yo no suelo dudar, lo siento y confío en lo que siento. El tema es que la materia prima de la música es abstracta, lo que da temor en todo caso es no poder aferrarla. Es cierto que tengo lápiz, tengo papel, pero sobre todo lo que una tiene y se le pueden escapar son notas, frecuencias, una se sienta con alguien y conversa pero todo está en el aire, es intangible. Y eso aterra un poco, pero, vamos, la gente sabe cuando algo llegó al final, cuando está completo.

“La gente”, dice, de esa manera intraducible en que lo dicen en Brasil, para hablar tanto en general como de manera personal y única. Y lo cierto es que esa certeza que Marisa Monte dice que la alumbra cuando algo está listo para ser lanzado, como el boomerang que suelen ser las buenas canciones, es tan inspiradora como su generosidad hacia quienes trabajan con ella.

Universo a mi alrededor es el primero de los dos discos que grabó en el mismo año y que aparecieron simultáneamente. Nació después de haber entrevistado músicos de samba cuyas creaciones habían quedado en el fangoso –pero no menos poderoso– terreno de la tradición oral. Hombres como Casemiro Vieira, que a los 90 años se dio el gusto de que alguien grabara una canción suya, de 1944: Perdoa meu amor.

¿Qué aprendió de las entrevistas con los viejos sambistas?

–Aprendí de ellos no sólo en las entrevistas, aprendí porque es la música con la que me crié y también aprendí de sus actitudes vitales, de la pureza de su emoción, de esa necesidad de expresar sentimientos humanos. No son músicos profesionales en el sentido de que no vivieron de la música, no están haciendo canciones porque tienen que grabar un disco o completar un repertorio. El samba es algo que hacen y producen de vez en cuando, cuando los empuja el deseo o también como una manera de mostrar y devolver a la propia comunidad una pintura de sí misma, de sus búsquedas más profundas. Son poetas que expresan su ciudad, sus suburbios, son como padres santos, que tienen una relación completamente desprendida con el arte y expresan a la gente que trabaja, sus creencias verdaderas, apasionadas, esa actitud es muy linda y muy inspiradora y eso es lo que me gustaría rescatar de ellos y es lo que me gustaría de alguna manera homenajear e imitar.

¿Es por eso que habla del samba como de una forma de vida?

–Para mí que nací en Río de Janeiro es una forma de vivir y de sentir, por eso tengo veneración por esa música y por esos bohemios.

Sin embargo, a pesar de la veneración, pudo experimentar con esos viejos temas.

–Cuando empecé Universo... supe que no quería que fuera un disco tradicional de samba. Tiene un repertorio muy clásico pero la producción es muy contemporánea, de hecho elegí a Mario Caldato que produjo a los Beastie Boys, a Björk y a Beck, entre otros. El tiene un lenguaje completamente diverso y por eso pudo buscar un lenguaje propio para el samba. Y además usamos instrumentos que no son típicos del samba: arpa, fagot, violín, cello, gaitas. Y también procesadores de última generación, ligados más a la música electrónica, filtros, procesadores. Eso es lo interesante, el diálogo con la producción contemporánea.
Pero el segundo disco parece mucho más libre todavía.

–Son distintos, aun sabiendo que iba a grabar los dos en el mismo año, quise separarlos bien y buscar dos productores diferentes, dos bandas diferentes, distintos invitados y distinto tiempo de grabación. Hasta que Universo... no estuvo listo no empecé a grabar el otro. Los conceptos son diferentes y los elencos y las maneras de pensar la música también son diferentes. El problema era que además de dos discos distintos también necesitaba que eso que sucedió en el estudio se trasladara a los shows en vivo, por eso tuve que cambiar el arpa, que es tan incómoda para llevar de un lado al otro, por una trompeta. Y entonces me comuniqué con Philip Glass, que pudo escribir partituras para cada instrumento conservando la armonía. Creo que Infinito particular es más mío, surgió de temas que tenía guardados y que ni siquiera recordaba. Es un compromiso más personal con una armonía propia.

¿En la puesta en escena se notarán las diferencias entre uno y otro?

–Seguramente, como se notan en el disco. Pero en general lo que busco en el show es alumbrar la atmósfera de cada canción, porque creo que cada canción, con su arreglo particular, es un mundo en sí mismo. Entonces cada una tendrá su luz, iluminando a los instrumentos particulares que generan esa atmósfera.
Cada disco, entonces, es un mundo completo en donde nada está librado al azar. En todo caso el azar tendrá su turno cuando cada quien lo ponga a sonar. Así sucede con la música, más allá de la intención de quien la alumbra, está el modo en que quien la escucha la vive, se deja acompañar, la llena de sentido. Marisa Monte hace la propuesta, pero esa propuesta no son sólo las canciones sino también cada detalle del arte que convierte a un disco también en un objeto.
¿Por qué eligió no poner ninguna imagen suya en la tapa de los discos?

–¿Y por qué debería ponerla? ¿Acaso el disco deja de ser mío porque yo no esté ahí, en la tapa? ¿Soy menos yo porque en el escenario elija estar en penumbras en lugar de tener el seguidor sobre mí permanentemente? ¿No es redundante, además de hacer dos discos, ponerse en la tapa?

Ella devuelve las preguntas con la sonrisa y la locuacidad que no la abandonan aun cuando sepa que del otro lado de la puerta sigue habiendo periodistas que volverán sobre los mismos temas, o sobre otros, pero siempre sobre ella. Dice que no hay un día en que no tenga que contestar una entrevista, que alguien no la llame para adelantar su paso por cada país al que su voz la lleve. Sin embargo, sigue teniendo ganas de hablar, de comunicar, de entregar la serenidad de quien sabe que hace lo que quiere, lo que más le gusta. Y por eso es que aun cuando alguna vez puso sus propias fotos, las fotos que ella tomó de su mundo privado para acompañar las letras de sus canciones, ahora prefiere convocar a quienes pueden dialogar con ella desde otras disciplinas.

–Para Universo... llamé a Beatriz Milahez, que es una artista que hace collages con envolturas de chocolates. Le pedí algo así, pero con entradas de conciertos, tapas de discos, programas de scolas de samba que yo misma colecciono. Y supo hacer exactamente lo que esperaba. En el caso de Infinito... la tapa negra se impuso. Quise trabajar con Jarbas Lopes, un artista que desarma y funde fotos distintas generando una imagen nueva y también expresando un pensamiento filosófico. Por ejemplo, después de las elecciones en Brasil tomó la foto de un político de izquierda y otro de derecha, las fragmentó en franjas y después las mezcló, a esa obra la llamó Debate. Yo adoro su trabajo. Hizo algo así con dos fotos mías, una en la que estaba sonriendo y otra más melancólica. El resultado era revelador, pero cuando lo reducimos para el disco apenas se veía. Entonces decidí dejar la imagen de tapa ausente y dentro abrir una ventana a ese trabajo por la que se ven mis ojos.

Esos mismos ojos que se guiñarán o sonreirán mientras la música entable su diálogo en el escenario para expresar lo que ella quiere: sentimientos comunes, deseos, homenajes; el placer de estar en el mundo sobre todo, acompañada de música.


Marisa Monte presentará su show Universo particular, hoy y el sábado a las 22 y el domingo a las 21.30 , en el Teatro Gran Rex.


*Nota publicada
(30/3/07) en suplemento Las/12 de Pag. 12.

Canciones de Marisa Monte


O Bonde do Dom
Composição: Marisa Monte
Arnaldo Antunes / Carlinhos Brown /



Novo dia
Sigo pensando em você
Fico tão leve que não levo padecer
Trabalho em samba e não posso reclamar
Vivo cantando só para te tocar
Todo dia
Vivo pensando em casar
Juntar as rimas como um pobre popular
Subir na vida com você em meu altar
Sigo tocando só para te cantar
É o bonde do dom que me leva
Os anjos que me carregam
Os automóveis que me cercam
Os santos que me projetam
Nas asas do bem desse mundo
Carregam um quintal lá no fundo
A água do mar me bebe
A sede de ti prossegue
A sede de ti...

de
Universo Ao Meu Redor, Emi 2006.


Aquela
Composição: Marisa Monte, Leonardo Reis

Na noite prata, a estrada plana
A lua brilha nua e branda
No alto vai, derrama a luz do céu

À tarde, cruzo a linha urbana
Um porto, um canto, um novo som
Eu sei levar a vida assim de tom em tom

Na onda clara, estrada afora
O meu destino é agora
Aonde me levar a minha voz, eu vou

Lá, lalalaiá, laiá
Lá, lalalaiá, laiá
Lá, lalalaiá, laiá
Lá, lalalaiá

de Infinito Particular, Emi 2006

marzo 18, 2007

María Rosa Yorio vuelve...

Pasajera en trance

Era apenas una adolescente de 16 años cuando vio tocar Ch arly Garcia, se enamoró y entró en la escena del rock nacional. Mujer y voz pionera, el desconcierto que causaba su presencia motivó que, por ejemplo, su nombre no quedara incluido en la enumeración que explicaba el nombre de Porsuigieco, banda de la que formó parte. Después integró la banda de Nito Mestre, Los Desconocidos de Siempre, y tuvo éxito en los ’80, con su etapa más pop, de pub en pub. Ahora regresa después de una década de perfil bajo, y aquí recuerda las pequeñas delicias de la vida conyugal con Charly, habla de su hijo Migue y repasa aquellos años iniciáticos en los que fue una figura central.

El estudio de Phonalex era enorme, como la mayoría de los estudios de antes. Pero al lado, según recuerda María Rosa Yorio, había una habitación pequeña. Allí fue donde la cantante tuvo que esperar a que llegase su turno de pararse frente al micrófono, mientras cada uno de sus compañeros de grupo le daba algún consejo. Porque la cantante, en realidad, aún no lo era en el sentido discográfico de la palabra. Aquella era su primera grabación: el tema “Quiero ver, quiero ser, quiero entrar”, compuesto por Charly García e incluido en el único disco –Porsuigieco– de esa suerte de extraño supergrupo que integraban Porchetto, Sui Generis y León. Tan afuera estaba María Rosa de la escena rocker de entonces, tan iniciático era su lugar, que era la única de los fotografiados en tapa cuyo nombre no formaba parte de la enumeración que, a fin de cuentas, explicaba ese neologismo que hacía las veces de nombre de la banda. “Pero esa niña, que meses antes todavía estaba en el colegio, parece que tenía idea acerca de cómo tenían que ser las cosas, como el tiempo interno de una canción, la afinación y la expresión”, recuerda Yorio más de treinta años más tarde. “Creo que, dentro de nuestra ingenuidad, todos teníamos esa idea. Pero éramos tan jóvenes... ¡Era una inconciencia total, intuición pura!

Alguna vez María Rosa Yorio explicó que la existencia de semejante proyecto se debió a la generosidad de García, que quería formar un grupo acústico con todos sus amigos. Empezaron haciendo un show en el Auditorio Kraft, y después a alguien se le ocurrió grabar un disco y presentarlo con una gira que incluyó micro propio, al que subieron novias, amigos y hasta un perro. Dentro de aquella lógica familiera, aquella casi adolescente María Rosa era apenas –y nada menos que– la mujer de Charly. Después formó parte de Los Desconocidos de Siempre, la banda que armó Nito Mestre luego de la separación de Sui Generis. Y más tarde comenzó una carrera solista que tuvo sus altibajos, pero que la ubicó –dentro de una escena preeminentemente masculina– en el lugar de única posible continuidad femenina entre aquella pionera que fue Gabriela en los albores del rock nacional, y las cantantes que aparecieron con el pop de la década del ’80.

A pesar de haber nacido en Temperley, Yorio se define como ciento por ciento porteña. Sentada en el amplio living de un luminoso departamento en un piso 18, desde donde es imposible no quedarse mirando el río, María Rosa recuerda que su infancia transcurrió en lo que ella llama Retiro, entre cuadras que hoy ya no existen, porque fueron demolidas para terminar de ampliar la 9 de Julio. Hija de un padre jubilado amante de la música clásica, y una madre maestra, asegura que de chica cantaba mucho, le gustaba ser el alma de la fiesta. “Esa cantante que entretiene al público con su show”, explica. Y agrega, como si hiciese falta: “Esa era yo”. Entre aquella animadora espontánea de fiestas familiares y esta cantante que acaba de armar una banda propia para –según se preocupa por aclarar– volver a cantar en su ciudad, hay más de tres décadas de recuerdos, anécdotas e historias musicales. Que se disparan, por supuesto, a partir de aquella noche en que dos pituquitas de Barrio Norte fueron a curiosear lo que sucedía en un aguantadero como era el Teatro ABC en aquella época, y se quedaron deslumbradas –y deslumbraron– con los dos chicos que tocaban desde el escenario. “Me llevó una compañera de secundaria, que había ido a verlos y me contó que incluso se había fumado un porro. ¡Toda una aventura! Aquella noche se volvieron locos con nosotras, que éramos chiquitas pero estábamos hermosas”, recuerda María Rosa, que por entonces acusaba apenas 16 años. “Y yo, obviamente, me enamoré locamente de ese pianista y cantante, cuyas canciones con aires clásicos me hicieron reencontrar con la música que escuchaba de chica, y sus letras hablaban de amor, de sacarse la ropa y de liberarse.”

DOS AURICULARES
Un colchón de dos plazas, un equipo de música y dos auriculares, uno para María Rosa y otro para Charly. Eso era todo lo que tenía la joven pareja en su habitación de la pensión de Aráoz y Soler, donde primero se refugiaron cuando se fueron a vivir juntos. “Nos tirábamos en el colchón y escuchábamos Artaud, El lado oscuro de la luna o Fragile, de Yes”, recuerda Yorio, que también precisa que cuando lo conoció, antes de que empezase el noviazgo, Charly recién había salido de la colimba. “La vieja lo había mandado a trabajar, pobrecito”, cuenta. “Así que Charly trabajaba para la Municipalidad: hacía inspecciones en restaurantes.” Por entonces también era sesionista en los estudios Phonalex, tocando el piano junto a cualquier banda de rock que grabase allí. “Charly siempre fue muy moralista, y por entonces tenía otra novia. Yo era la chica para salir. Que a veces significaba sólo ir a la plaza juntos. Porque a pesar de que éramos de clase media, por lo general no teníamos ni para tomarnos un colectivo”, explica. “Hasta que un día quedamos en encontrarnos en un bar y lo dejé plantado. Me acuerdo de que me quedé leyendo a Voltaire. Pero al final me acordé de él y me fui hasta el bar, y le dije que no podía seguir así.” Al comienzo de su relación, María Rosa y Charly siguieron viviendo en la casa de sus respectivos padres, pero después terminaron juntos en aquella pensión, escuchando música cada uno con sus auriculares. “Para mí fue maravilloso, porque yo nunca había escuchado realmente rock”, confiesa Yorio.


Aunque lo más común suele ser idealizar los primeros tiempos felices de cualquier pareja, María Rosa asegura que no piensa así. “Con Charly siempre tuvimos la moneda de oro que fue conocernos, y siempre estuve de la mano de él en muchos momentos importantes de mi vida. La vida era muy cruda y no nos dimos cuenta de que podíamos haber tenido esa cosa perfecta... ¡pero es que éramos tan jóvenes! Me acuerdo de que fuimos incluso de la mano a separarnos.” Junto a Charly, María Rosa atravesó toda la época de Sui Generis, Porsuigieco e incluso los comienzos de La Máquina de Hacer Pájaros. Después nació Miguel, el hijo de ambos, y la pareja –según precisa María Rosa– sufrió mucho la orfandad tanto de sus familias como de la sociedad. “Después de Porsuigieco me fui a Brasil a trabajar como cantante en el Sheraton de Río”, recuerda. Pero la huida no duró mucho, ya que Sui Generis se separó y María Rosa recibió una carta en la que se enteró de que Nito estaba armando su banda, Los Desconocidos de Siempre. “Me llamaron entre los dos para decirme que vuelva”, revela, y explica que para ella sumarse a la banda de Nito significó un salto cualitativo de su trabajo en Porsuigieco. “Ya no era sólo poner la voz sino trabajar durante un año arreglando un repertorio”, aclara. “Me acuerdo de que me costó bastante, porque todavía tenía cierta timidez adolescente. Y además las mujeres no éramos compañeras: las demás te miraban con cara de odio.”

Después de atravesar lo que quedaba de los ’70 junto a Los Desconocidos de Siempre, Yorio entró en los ’80 con un disco solista iniciático, con el que empezó a hacerse un nombre propio. “Me acuerdo de que una crítica me hizo bosta, y yo creí todo lo que me dijo y dejé de escuchar mi material”, cuenta. “Pero no me fue mal. Además, en aquella primera banda tenía al Mono Fontana, y también a una jovencita María Gabriela Epumer, mucho antes de Viuda e Hijas. Como yo recién empezaba mi carrera solista, y María Gabriela era su alumna y también su novia, el Mono nos trataba con mano de hierro”, recuerda con una sonrisa. La certeza de que no estaba en el mal camino la tuvo cuando recibió un llamado del productor Oscar López para que comenzase a planear su segundo disco. “Me fui hasta Liniers a conocer a un músico que tenía un tema para mí”, explica María Rosa. El músico en cuestión se llamaba Miguel Mateos, aún no era conocido y terminó produciéndole todo un disco, Mandando todo a Singapur. A partir de ahí comienza la Yorio new wave. Con el disco siguiente, Por la vida, llegó un nuevo hit: “Haciendo el amor en la cocina”. “Empecé a trabajar mucho después de aquel segundo disco”, recuerda. “Era la época de los pubs, y había bastante descontrol. Fue otra guerra que tuvimos que atravesar, después de la de los milicos. ¡Y todo sin el manual!”


La historia cuenta que luego de su época de popularidad durante los ’80, María Rosa fue lentamente saliendo de escena। “Durante los ’90 hubo situaciones, fobias, ataques de pánico”, confiesa। “Además cambió la situación del negocio de la música, y yo nunca me sentí demasiado cómoda।” Pero, asegura, nunca dejó de hacer cosas। Supo armar un dúo con el guitarrista Rodolfo Gorosito, su compañero en Los Desconocidos de Siempre, para tocar aquí y allá. Y comenzó a dar clases, a pintar, a estudiar. Aunque haya dejado de estar en el candelero, María Rosa explica que sigue haciendo cosas, y cuenta que –por ejemplo– lo último que hizo fue presentarse con su guitarra en una fiesta electrónica nómade en Rosario. “Los chicos me invitaron, y fue algo hermoso. Suelo hacer esa clase de cosas”, aclara. Su nueva obsesión, sin embargo, es la de volver a cantar en su ciudad.Tiene banda nueva, con la que debutó en los escenarios del ciclo Verano porteño. Tocan lo que ella llama sus clásicos: “Entra”, “Iba acabándose el vino” o “Con los ojos cerrados”. “No es por ego ni por ganar plata que lo estoy haciendo”, aclara. “Pero creo que tengo, humildemente, una manera de cantar propia, que quiero mostrar. Porque hace tiempo que me di cuenta de que, pase lo que pase, nunca voy a dejar de cantar.

María Rosa Yorio toca el viernes 30 de marzo en el Centro Cultural Caras y Caretas, Venezuela ३३०
http://www.mariarosayorio.com/



Nota publicada en Pag12-RadarDomingo, 18 de Marzo de 2007

marzo 11, 2007

La dama del piano:Diana Krall(Canadá,1962)

La cantante-pianista canadiense, Diana Krall, es hoy sin duda alguna, la mejor voz del jazz de este incipiente siglo XXI. Educada musicalmente en su ciudad natal de Nanaimo, su primera clase de piano clásico la tomó cuando tenía 4 años, y en el instituto donde estudia, forma parte de una banda de jazz, y emula a su padre al tener una gran colección de grabaciones para piano. El padre de Diana Krall es la principal influencia de esta mujer a la hora de decidir hacer jazz. Krall, se traslada al Berklee College of Music con una beca a principios de los años ochenta, viaja posteriormente a Los Ángeles, donde fija provisionalmente su residencia durante tres años antes de volver a Toronto. En 1990 se asienta en Nueva York, donde toca con un trío a la vez que canta. Su primer álbum con el sello Justin Time Records, "Stepping Out" fue un extraordinario debut que hacía presagiar un prometedor futuro. Diana Krall, firma con GRP para grabar su segundo trabajo, el magnifico: "Only Trust Your Heart" y con Impulse! graba el tercero, un tributo al trío de Nat King Cole titulado "All for You". Este álbum le dio el espaldarazo definitivo en las escena jazzistica y desde entonces, sus discos, con algún pequeño altibajo, son de una brillantez inigualable entre las cantantes vivas de jazz.

Se consolida cuando en 1977, graba "Love Scenes", un extraordinario registro exquisitamente jazzistico. Tras un breve desliz hacia el comercialismo - decide sacar un disco de canciones navideñas, al estilo de Bing Crosby o Frank Sinatra- graba el extraordinario: "When I Look in Your Eyes", un álbum con el que se presenta al Festival de Jazz de San Sebastián de ese año y que tiene la virtud de romper las barreras minoritarias del jazz para llegar al gran publico, convertirse en un "superventas" de éxito, y todo ello sin renunciar al canto jazzistico. Con este disco, Diana Krall, ganó en 1999, un premio Grammy al mejor disco de jazz. Tras este enorme éxito, la cantante canadiense obtuvo patente de corso de su productor y manager para sacar al mercado el disco menos jazzistico de su breve, pero espléndida carrera, y sin embargo el que mas éxito comercial obtuvo en su época. Tanto que estuvo pujando por el ser el mejor disco del año 2000, en todas las categorías y estilos. "The Look of Love" fue un disco mediocre que hacia presagiar un escorzo de la artista hacia latitudes musicales mas onerosas económicamente y de mas éxito comercial.

Krall en su gira por Sudamérica en 2005.

Su siguiente disco desmintió todos nuestros temores y Diana Krall sacó un "Live in Paris" inconmensurable, lleno de swing, de belleza y de las mejores dotes artísticas de una gran cantante de jazz. Sus seguidores esperan impaciente la salida al mercado de su siguiente disco grabado en Mayo de 2003 para Verve, titulado "One Night in Paris".

En 2003 Diana Krall se casa con Elvis Costello. Fruto de esa relación, fue una colaboración entre ambos que se tradujo en el álbum titulado "The Girl in the Other Roomde", aparecido en el 2004 y en el que la Krall comienza a componer sus propios temas. El 11 de Septiembre del 2006 aparece el que muchos consideran como su mejor álbum: "From This Moment On", una colección de temas variados, favoritos de la artista, con su banda habitual en los últimos años. "From This Moment On" desgrana casi en su totalidad la personalidad artística de Diana Krall: su pasión por el jazz clásico, su gusto por las bandas reducidas (cuarteto) y las big bands. En el disco vuelve a haber temas grabados junto a la big band de Clayton / Hamilton, para los especialistas, la mejor de Estados Unidos en estos momentos -, su estilo vocal (más hondo, más profundo, dominando todos los tempos, y con un swing y su jazz de altura que toca todos los palos. "From This Moment On" roza la perfección de lo que puede ser un disco de jazz vocal, y sitúa a Diana en lo más alto de la música de nuestros días, trasciende estilos y marca el punto álgido de una carrera inmaculada.

marzo 10, 2007

Mariana Carrizo

Con su voz diáfana, sus emociones a flor de piel y su amor apasionado por la copla, Mariana Carrizo es hoy una de las mejores intérpretes del folklore más genuino. Ella le canta, acompañándose del retumbe de su caja, al paisaje, a las penas y alegrías del amor, y no se priva de hacer versos francamente antimachistas.

Por Moira Soto.

Hay algo de certidumbre moral en la forma en que Mariana Carrizo defiende la pureza de las coplas, bagualas, vidalitas del noroeste argentino. Hay algo religioso en el fervor con que abrazó desde muy joven esta causa, desoyendo las tentaciones de los mercaderes y cantando a veces en el desierto, como cumpliendo una misión. Pero no hay nada de beatería en esta chica salteña –“ojos de garza morena, corazón de terciopelo”–, de espíritu naturalmente feminista, que tituló Libre y dueña su último disco, donde, para que no queden dudas, entre coplas, tonadas y cuecas, intercala los versos de Sor Juana: “Hombres necios que acusáis/ a la mujer sin razón...” Muy libre y muy dueña de realizar sus deseos hubo de ser Mariana Carrizo para llegar al lugar de reconocimiento que ocupa hoy sin traicionar sus convicciones, para elegir con exacto rigor su repertorio, para cantar y decir esas coplas picantes y mordaces en las que cuestiona el machismo, o aquellas otras insinuantes, eróticas, atrevidas (“Quisiera ser verdolaga/ que en el campo verde nace./Quisiera ser caramelo/ que en tu boca se deshace”, “Cuando se pone a pecar/ con el mejor sentimiento,/ después del primer pecado,/ se peca a cada momento”; “La mujer que quiere a dos/ no es tonta sino advertida./ Si una vela se le apaga,/ le queda la otra prendida”).

“Vengo de San Carlos, de la parte de los Valles Calchaquíes, ahí mamé yo la parte más fuerte de todo esto porque desde que empecé a caminar, iba a pastorear con mi abuelita”, cuenta Mariana con tono pausado, con esa sencillez que la fama no ha cambiado. “Cuando se sale arriba, a los cerros, para acompañar esa soledad siempre se canta algo. Al mediodía, a la hora que da hambre, a veces la gente se junta para comer algo y capaz que canta alguito propio nomás. Ahí fui creciendo yo en medio de todo eso, y ya de más grande me agarró como una pasión por esa música, por querer cantar. A los 8 años estuve en el primer festival grande, había unas 3 mil personas. En el escenario se me pasa la timidez, me siendo cómoda. Después de esa actuación, empecé a estar en otros lugares. El público era la gente de mi pueblo, de la que yo había aprendido a cantar. Se me dio por tratar de hacer coplas graciosas al observar las características de algunas personas y así gastarles alguna broma. Luego me fui yendo para el lado de las coplas de amor, hice coplas para las mujeres, para los hombres. Tenía 13, 14 cuando estuve en las Serenatas a Cafayate. Me mandaban a cantar para abrir, a esa hora había poca gente, pero así yo fui sumando, consiguiendo mi espacio. Algunas veces me escapaba de la vigilancia de mis padres e iba un poco más lejos. Por suerte nunca me pasó nada malo, salvo algunos azotes que recibía después. Pero como yo ya sabía, venía y ponía el lomo, total ya me había sacado el gusto...”

*Leer nota completa en Las 12(suplemento de Pág. 12 del 18/8/06)

marzo 09, 2007

La Walsh

"Yo me nazco, yo misma me levanto,
organizo mi forma y determinomi cantidad ,
mi número divino,mi régimen de paz,
mi azar de llanto.
Establezco mi origen y termino porque sí,
para nunca, por lo tanto.
Soy lo que se me ocurre cuando canto.
No tengo ganas de tener destino"

Serenata para la tierra de uno

Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Por tu decencia de vidala
y por tu escándalo de sol,
por tu verano con jazmines, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.

Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos.

Para sembrarte de guitarra
para cuidarte en cada flor,
y odiar a los que te lastiman, mi amor,
yo quiero vivir en vos.


Barco quieto

No te vayas, te lo pido,
de esta casa nuestra
dónde hemos vivido.
Qué nostalgia te puedo llevar
si de la ventana
no vemos el mar
y afuera llora la ciudad
tanta soledad.

Todo pasa, todo cansa
y uno se arrepiente
de estar en su casa
y de pronto se asoma
a un rincón
a mirar con lástima su corazón
y afuera llora la ciudad
tanta soledad.

No te vayas, quédate
que ya estamos
de vuelta de todo
y esta casa es nuestro
modo de ser.
Tantas charlas, tanta vida,
tantas noches con olor a comida
con una eternidad familiar
en un solo día no puede cambiar
y afuera llora la ciudad
tanta soledad.

Estos muros, estas puertas
no son de mentiras,
son el alma nuestra.
Barco quieto, morada interior
que vivimos lo hicimos
igual que el amor.
Y afuera llora la ciudad
tanta soledad.

No te vayas, quédate
que ya estamos
de vuelta de todo
y esta casa es nuestro
modo de ser.

Páginas sobre Ma. Elena Walsh.

Ma Elena Walsh en Literatura .org