El daguerrotipo del arte de tapa (formato de composición visual anterior a la fotografía) es tal vez un anzuelo para ir más allá con la imaginación y ver a López Chaplin como la heroína de una película de Tarantino que no se lucirá con artes marciales sino desenfundando su acústica, batallando a fuerza de canciones folkies y sonidos sombríos, con un fondo desértico o campero. El espíritu de la golosina lanza imágenes de un spaghetti western femenino, refinado y sutil, donde los violines hacen su aporte justo de delicadeza. Las guitarras eléctricas de Alfonso Barbieri instigan a cabalgar por esos paisajes en canciones como Distinta, Tiempo y A pesar del vuelo, escrita junto a María Ezquiaga (Rosal). Tal vez sea un fallido o puro mimetismo con sus composiciones, cuando Jimena dice que este flamante disco representa un momento en su vida, “el de tomar las riendas”, montar ese caballo e ir en busca de lo suyo.
En un hilo conceptual e integral se suceden los temas, viajados por la armónica voz de López Chaplin. En Somos el cielo, de Los Visitantes, canta en dueto con Nacho Rodríguez (Onda Vaga) y alcanza el clímax del dulzor; en Lo que me gusta de vos es tu novio, de la mítica banda ska The Specials, le pone swing a un calipso tradicional y canta en castellano. Laberinto, de David Bowie, representa su infancia: “Ese tema forma parte de una película que yo vi hasta el hartazgo, al punto de saberme los diálogos”, cuenta esta chica que empezó con la música como una forma inevitable de matar el tiempo con una guitarra en mano y el encierro de las paredes de su cuarto adolescente y un hermano que le tiró una onda musical. Charly García, Todos Tus Muertos, Joaquín Sabina, Nirvana, Los Visitantes y sus genes artísticos le dieron de comer esos caramelos con los que luego Jimena alimentaría su vuelo musical.
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