Dulce mujer de la tierra
Por Juan Ignacio Babino, Fuente
Pascuala Ilabaca Argandoña nació en viaje, mientras sus padres recorrían España. Al poco tiempo volvieron a Chile, donde vivieron hasta que Pascuala cumplió seis años. Allí, otra vez el camino; un derrotero que llevó a la familia a recorrer medio mundo: Europa, un par de años en la India, Chile de sur a norte, otros lugares de Latinoamérica recorriendo carnavales, compartiendo casas con gitanos y gitanas, la adolescencia en México, la educación informal. En México, además, abrazó por primera vez algo que jamás soltaría: el acordeón. “Es mochila y piano a la vez”, dijo en más de una oportunidad sobre su instrumento.
Hay que decirlo: Pascuala es “violetaparrista”, como ella misma suele definirse. Y no necesariamente porque su primera producción –"Pascuala canta a Violeta" (2008)– haya sido de puras versiones de Violeta Parra. Sino porque se reconoce en sus canciones, en sus maneras, un puente que lleva directo hacia aquella chilena: el folclore, los colores, el hondo cantar de ambas, el dolor, la alegría. El disco –que se agotó en pocos meses– no pretendía mucho más de lo que anunciaba su título: simplemente cantar las canciones de Violeta. Sin más, sin menos.
En 2010 editó "Diablo rojo, diablo verde", un disco que, ya desde el título y con el sonido de su acordeón bien al frente, es un recorrido por la musicalidad folclórica de esta parte del continente. Tanto en la música –hay cuecas, coplas, trotes andinos, lamentos– como en sus letras: define su propia chilenidad en “Los Hielos” (“Nací de tus elementos, corazón de alcachofa y dulce de chirimoya, tengo. Tengo la estrella del sur en la frente"), homenajea a los mapuches en “Machi” y a Valparaíso en “Lamenta la Canela”, a los carnavales y a la mujer andina en la bailantera “Ay mamita, mamita”.
En el documental "Crear en viaje, la música de Pascuala Ilabaca" (Alejandra Fritis Zapata, 2012) ella explica que los viajes son realmente inspiradores y que casi todas sus composiciones nacieron así. Mucho de eso se respira en "Busco Paraíso" (2012). El disco reafirma la búsqueda sonora de Pascuala: su voz y su acordeón siguen siendo la identidad latente, sigue habiendo ritmos tradicionales latinoamericanos –aires de tango, cuecas, valsecitos, cumbias–, como la imbatible y poderosa “Carnaval de San Lorenzo de Tarapacá”, ante la cual hasta el más acérrimo amante de este género caería rendido, pero esta vez suena un poco más arriesgado, desprejuiciado, ecléctico: ciertas sonoridades jazzeras y balcánicas, una amplia variedad de instrumentos y timbres, temas más largos, con más lugar para los solos, un tanto más eléctrico. Esa esencia nómada se siente en sus discos. Su música es tan chilena, tan del folclore chileno como del mundo, de todos lados. Tan de aquí, de allá y de todas partes. Mestiza. De Sur a Norte, de Oeste a Este. Alegre, fecunda, pero también apesadumbrada.
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